Con sólo seis largometrajes, este cineasta de Arkansas que está a punto de cumplir 46 años se ha convertido en uno de los nombres más importantes, seguidos y aplaudidos del cine americano actual. Sobre todo, gracias a Take Shelter (2011), la historia de un hombre atormentado por visiones apocalípticas, interpretado por Michael Shannon, actor fetiche del director, y a Mud (2012), drama sobre un fugitivo, Matthew McConaughey, y los dos adolescentes que le ayudan. También hay que resaltar Loving (2016), sobre un matrimonio interracial en la Norteamérica de 1967, que le valió una nominación al Oscar a la actriz etíope-irlandesa Ruth Negga.
Ahora Jeff Nichols estrena la que quizá sea su película más ambiciosa, Bikeriders, una de moteros, no necesariamente tranquilos y salvajes, que entronca con otras de ese subgénero que tanto juego ha dado en el cine, como Salvaje (The Wild One) (1953), con Marlon Brando, o Easy Rider (1969), la película de Dennis Hopper que marcó una época.
Bikeriders también retrata ese momento de rebelión y de cambio, la década de 1960, en la cultura y en la gente de Estados Unidos con la historia de una mujer con carácter (la actriz británica Jodie Comer) y su aventura romántica con Benny (Austin Butler) el miembro más reciente de “The Vandals” (Los Vándalos), un club de moteros del Medio Oeste liderado por el enigmático Johnny (Tom Hardy).
La película está inspirada en el influyente libro del fotoperiodista Danny Lyon, publicado en 1968 y escrito durante los cuatro años en que fue miembro del Chicago Outlaws Motorcycle Club, y muestra a un grupo de amigos enamorados de la velocidad que acaban convirtiéndose en una temible banda criminal, dejando atrás su código moral en una tumultuosa época en que la política, la economía y la sociedad americanas estaban sometidas a profundos cambios.
Jeff Nichols nos confiesa que siempre ha intentado encontrar un tema universal para todas sus películas, porque si existe un pensamiento universal en el corazón de la historia, es posible hacer una película muy personal, incluso situarla en una zona específica, que tocará a un público muy amplio y diverso.
“Bikeriders habla de la búsqueda de la identidad. Desde luego, habla de una identidad masculina y estadounidense, pero si solo vemos la película dentro de este margen, nos perderemos la idea que le dio vida. Todos buscamos nuestra identidad, y creo sinceramente que es una de las grandes fuerzas que impulsa a la sociedad actualmente. La gente ya no se define solo por su trabajo o por el lugar donde estudió. Ahora pensamos en el género, la raza, la cultura y la historia para encontrar una identidad más significativa y profunda. Lo que parece interesante, y que la película toca directamente, es que en nuestra búsqueda de la identidad solemos unirnos a compañías específicas que nos ayudarán a definirnos. Pertenecer a una comunidad forma parte de la naturaleza humana, pero esa sensación se ve reforzada cuando el grupo del que se forma parte es único. Cuanto más específico es el grupo, más clara es la identidad. En algunos casos puede convertirse en algo maravilloso y poderoso. En otros, puede ser tremendamente destructivo. En Bikeriders vemos ambas caras de la moneda”.
Para el director, la cultura motera estadounidense es complicada, colorida, peligrosa y atractiva. “En definitiva, una buena receta para una película”. Nichols encontró el libro-reportaje de Danny Lyon hace 20 años y desde ese momento para él fue como una obsesión. “Era el mejor libro que había leído jamás. Pensé inmediatamente en hacer una película que captara esa sensación y que pudiera llegar a un público muy amplio”.
El libro se lo descubrió su hermano músico, que tiene un grupo llamado Lucero y quería utilizar una de las fotos de Danny para la portada de un álbum. “Así que el libro siempre estaba en la mesita del salón”.
Publicado por primera vez en 1968 con reediciones posteriores, The Bikeriders es una crónica de los cuatro años durante los que el autor entrevistó y fotografió a los miembros del Chicago Outlaws Motorcycle Club. El libro fue la inspiración para que Jeff Nichols escribiera un guion de ficción donde incorporó a varios personajes basados en los moteros originales.
“Creo que mi hermano tenía la edición de 2003, un detalle importante. Incluía una introducción escrita por Danny en la que contaba lo que les había ocurrido a algunos miembros de la banda. Solo dedicaba una línea al jefe del club, un tal Johnny, del que pusieron en duda su liderazgo. Muchos dicen que ese incidente fue el fin de la era dorada de los moteros, y me bastó esa frase para encontrar la forma de la película. Fue una época especial, única, desapareció y nunca volverá. El libro describe algo maravilloso, pero también muy triste, y eso se ha colado en la película”.
Lo más curioso es que Jeff Nichols no creció con una moto y nadie de su familia tenía una. Es más, le intimidaban. Los moteros le daban miedo.
El director, reflexionando sobre la película y el libro que la inspiró, ve un patrón recurrente en cualquier sociedad: “No todo el mundo encaja en la cultura dominante. Algunas personas se sienten atraídas por subculturas, y ahí es donde suelen pasar cosas interesantes. Las subculturas dan pie a nuevas tendencias artísticas porque permiten expresiones más interesantes. Al cabo del tiempo, de una forma inevitable, estas subculturas interesan a la cultura predominante, que acaba absorbiéndolas y las convierte en meras sombras de lo que fueron”.
Cuando descubrió el libro de Danny Lyon con sus inolvidables fotos y texto, le vino a la mente una subcultura en la que había participado de joven: “Eso mismo ocurrió con la comunidad punk rock a la que pertenecí a mediados de los noventa en Little Rock. La música era genial, y la gente, maravillosa. No sabían explicar por qué no encajaban con la cultura popular, solo lo aceptaban. Crearon un mundo propio con tal de salir de la cultura predominante, pero poco a poco fue cambiando y se convirtió en otra cosa. Al entrar en la cultura popular, el punk rock se convirtió en un facsímil. Es cíclico. Cuando uno descubre algo universal, vale la pena explorarlo en una película”.
Bikeriders transcurre sobre todo en Chicago, pero se rodó en Cincinnati.